lunes, 5 de diciembre de 2011

POR QUÉ EL INSTITUTO REVISIONISTA LOS PONE TAN NERVIOSOS

Por Gabriel Delgado

“Hubo un cierto regodeo entre aquellos peronistas atávicos y jauretchistas, ávidos de más liturgia”.[1]
“El Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del pasado y descalifica a los historiadores formados en sus universidades”.[2]
“El instituto deberá inculcar esa "verdad" con métodos que recuerdan a las prácticas totalitarias”.[3]

Podríamos decir que cada vez que los peronistas "se regodean" hay nerviosismo en ciertos ambientes. Pero eso hay que explicarlo. Porque no es para nada casual que sea el gobierno de CFK quien ha creado un mecanismo estatal para ampliar y vivificar el debate histórico en nuestro país.

CFK, buena lectora, formó sus opiniones sobre el pasado argentino leyendo a autores que toda una generación también leyó: desde Jauretche a Ramos, pasando por J.M. Rosa o Fermín Chávez. Algunos de origen radical, otros de izquierda, o católicos e incluso de origen liberal. La mayoría abrazaron el peronismo, al igual que millones de argentinos.

La amplísima difusión de esta vertiente de pensamiento histórico político, agrupada bajo el rótulo de “revisionismo” no se debió a política alguna estatal; por el contrario, los ministerios de cultura y educación estaban en poder de gobiernos de facto o sin legitimidad popular durante gran parte de los años que van de 1955 a 1976, y que en materia histórica no cuestionaban la enseñaza tradicional mitrista-liberal-oligárquica-anticientífica del pasado. ¿Por qué fue tan aplastante el triunfo editorial del “revisionismo”? Sencillamente, porque desde el Billiken escolar hasta los soporíferos textos universitarios, la historia argentina era presentada de manera incomprensible, aburrida, formal, absurda y ritualista.


San Martín daba máximas de conducta a su hija y no se metía en política, luego de protagonizar “el enigma de Guayaquil”. Moreno moría misteriosamente en altamar, Saavedra hacía el epitafio y nadie sabía que el primero era industrialista y el segundo terrateniente y dueño de indios. Jorge Canning tuvo la estatua que la Ciudad porteña le ha negado hasta ahora a Facundo Quiroga. Todo el mundo se ocupó en condenar a Rosas pero no se estudió la relación entre el bloqueo anglo-francés y la guerra del opio.
El sistema educativo enseñaba que el problema argentino se origina en el mestizaje, que reunió lo peor de Europa (España) con el elemento racial aborigen y las instituciones españolas. Por eso brotaron tendencias “caudillescas”, “barbaras” en la “chusma incivil” del Interior argentino a las que felizmente se opuso “el más grande hombre civil” (Rivadavia), o el inmaculado prócer don Bartolomé Mitre, quien incluso recibió un Jubileo a la romana (“divus bartolus”, se reía el gran Osvaldo Magnasco, borrado de la historia por orden del resentido don Bartolo), quien exterminó a los jefes populares provincianos y siguió luego con el Paraguay, siempre en complicidad con el Imperio esclavista del Brasil y siguiendo las directivas de la política inglesa para América del Sur, que había iniciado Rivadavia e interrumpido Rosas, y que don Bartolo continuó con feliz suceso en cuanto se refiere a impedir la industria nacional.

Ni siquiera el peronismo en el poder cuestionó el monopolio de la oligarquía agro ganadera de la época sobre la historia y la cultura. Yrigoyen democratizó la Universidad, Perón la hizo gratuita, pero ésta se mantuvo como bastión del pensamiento liberal-mitrista, que admitió profesores socialistas o comunistas, muchos denominados “marxistas” pero mitristas en materia de caudillos y montoneras. Con la revolución de 1943 ingresaron a las cátedras muchos “setembrinos” que se declaraban rosistas, nacionalistas y revisionistas pero que eran una variante oligárquica más.

La respuesta del profesorado liberal fue comparar a Rosas con Perón y hablar de la “segunda tiranía”, con lo que sólo consiguieron agigantar a Rosas, porque la comparación lo favoreció, dado el inmenso cariño profesado por los argentinos al General.

De modo que, promediando los años sesenta, gobernando los antiperonistas, el auge de las polémicas jauretchanas, las obras de Ramos o de Hernández Arregi o J.M. Rosa, fue enorme. La explicación yace en que la clase media se volvió al estudio de lo nacional, alejándose del mitrismo porteño liberal, en términos históricos. La razón se debe al fin de la vinculación de la Argentina con los “mercados tradicionales” de Europa para el trigo y la carne. El peronismo había parido un nuevo país, con industria, clase trabajadora, relaciones modernas de producción, y una nueva clase media vinculada a la pequeño comercio, a un sinfín de actividades independientes, además de las tradicionales profesiones liberales, además de una burguesía industrial nacional. Este nuevo país estaba yuxtapuesto a la Argentina agroexportadora que reivindicaba la historia rivadaviana-liberal. Y los jóvenes de la clase media universitaria vieron como se desmoronaban sus ilusiones demoliberales, al prorrumpir las tropas de Onganía en la Universidad (¿no es que el “antidemocrático” era Perón?) y ver se terminaban las libertades políticas y civiles para proscribir ya no sólo a la mayoría de los argentinos de la vida pública, sino a casi la totalidad, incluidos los hijos de los antiperonistas demoliberales o izquierdistas de 1955.

Entonces se volvió evidente que en la explicación del pasado, o mejor dicho, la confusión sobre el pasado difundida por el sistema educativo en su totalidad, desde la cúspide universitaria hasta la más humilde escuela rural con su retrato de Sarmiento, que miraba severo a los descendientes de los gauchos que mandó a matar, todo ello constituía una “política de la historia”, mentirosa y perversa, para privilegio de las clases sociales imperantes y en contubernio con las potencias extranjeras que deformaron nuestra economía, cultura, sistema político y acomodaron la historia para que no encontrasen en el pasado las claves para que el pueblo argentino se emancipase definitivamente, liquidando la más fundamental expropiación: el relato de su propio pasado para justificar un presente de derrota y humillación.

Luego de 1976 sobrevino la derrota y perduró tres décadas. Martinez de Hoz, de familia terrateniente oligárquica inauguró el sistema rentístico financiero sustentado en la imposición de pensamiento foráneo. Por ello la Universidad y el sistema educativo sigue enseñando con los manuales de los herederos de Mitre, los Luis A. Romero, Halperin Dongui, o los anestésicos volúmenes de la Academia Nacional de la Historia, o historiadores extanjeros que explican el peronismo, como Potash, etc.

Por estas consideraciones se comprende que Cristina, que intuye que hay que romper definitivamente con el pensamiento impuesto desde afuera y desde arriba, crea un Instituto, para contraponer el Estado al Estado mismo, pues los Romero, H. Sábato, Halperin Dongui, etc. manejan becas del CONICET, cátedras, institutos, dependientes y o financiados desde el Estado. Además sus manuales y obras, como dijimos, forman a la inmesidad del profesorado, universitario y secundario. Tienen un enorme poder. Ellos son los que dominan el aparato estatal de enseñanza de la historia argentina y sus circuitos de prestigio. Y la razón es que sirven a los herederos históricos del mitrismo comercial y porteño. T. H. Dongui decía que el peronismo “es el fascismo posible en la Argentina”. Han hecho escuela de la incomprensión y verdadera profesión es confundir y deformar. Son militantes, bien rentados y opulentos, de los intereses de clase e internacionales que defiende “La Nación”.

Pero ya han sido descubiertos, tienen miedo a debatir y saben que se es imposible querer lo que no se conoce, y mucho menos, defenderlo. Saben también que no es casual que se reivindique la gesta de la Vuelta de Obligado, que siempre intentaron minusvalorar. Comprenden con claridad que, “en la memoria de su dolor” está la “claridad de su destino”. Y el pueblo argentino puede retomar la lucidez.

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[1] “Polémico instituto de revisión de la historia”, publicado por La Nación, 28/11/2011.
[2] ROMERO, Luis Alberto, historiador y catedrático de la UBA, en artículo citado
[3] Ibíd.

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